TEMBEMBE ENSAMBLE CONTINUO
NOTAS DEL PROGRAMA
La música mexicana es un laberinto, o más bien, un laberinto de laberintos. Cualquiera que se acerque puede perderse en ese cúmulo de formas, géneros, instrumentos, nombres, influencias, idiomas y hasta religiones que están juntos, y muchas veces entrelazados, en el laberinto de nuestra música.
Y este laberinto se pierde entre las cuerdas de la guitarra, de las guitarras. Si América Latina es el continente de la guitarra – mejoranera, cuatro, bandola, tres, viola, charango, cinco y medio, tiple – México, con su jarana, túa, sirincho, vihuela, bajo sexto, cardonal, guitarrón, huapanguera y tantos otros, es casi un continente por sí mismo.
En México, la música e instrumento se unen y se complementan en el son. Los sones y jarabes constituyen la parte más antigua y querida de nuestra música tradicional. Hay son de mariachi en Jalisco, son abajeño en Michoacán, son huasteco y son de costumbre en la Huasteca, son arribeño en Guanajuato, son de tarima en Guerrero, son istmeño en Oaxaca y son jarocho en Veracruz; el son existe en casi todo el territorio del país, y las relaciones entre sus variantes resultan laberínticas. Y sucede que hubo sones en las dos Españas (la vieja y la nueva) desde el siglo XVI: chaconas, zarabandas, folías, canarios, jácaras, todos eran sones, y se llamaban sones a ambos lados del Atlántico, y el fandango es la fiesta, la celebración de los sones.
Muchos de estos sones han desaparecido, pero otros continúan entre nosotros. Si no creemos en esta supervivencia, tendremos que suponer en cambio una asombrosa serie de coincidencias entre España y México, por ejemplo que hoy exista un son de costumbre, llamado El Canario, cuya música es prácticamente idéntica a la de los Canarios españoles, o que el Fandanguito jarocho sea igual que el Fandango hispano del siglo XVIII, o que el texto del corrido mexicano comience a menudo como el de las jácaras españolas...
Se ha dicho que muchos de los rasgos fundamentales de la cultura mexicana son plenamente barrocos y que nacieron en el siglo XVII. Esta es una suposición particularmente buena en el terreno de la música: la continuidad del son en México es un vínculo que une nuestro presente con nuestro pasado. En este programa, juntamos obras para guitarra barroca de fuentes hispanas al lado de sones tradicionales mexicanos. Nuestro enfoque se basa en manipular la música barroca lo menos posible. La desciframos tal y como aparece en las tablaturas e la interpretamos como lo haríamos con cualquier otra obra para guitarra barroca. La música tradicional mexicana ha sido igualmente respetada; tratamos de tocar los sones a la manera antigua.
La pareja Fandango-El Fandanguito muestra una conexión perfecta. Ambas piezas son una y la misma en términos de nombre, patrón rítmico-armónico y esquema melódico. Otros pares, como El Caballero-Los Negritos, tienen en cambio lo que consideramos un "parentesco auditivo"; sus patrones son similares y ambos están documentados en fuentes mexicanas, aunque no sean idénticos.
Cuando empezamos a trabajar en la célebre Follia de Arcangelo Corelli, nuestro violinista, Ulises, descubrió que muchos de los patrones melódicos de la parte del violín eran muy parecidos a los de la tradición huasteca del noreste de México; esta variante del son mexicano se toca siempre con un violín y dos guitarras diferentes. Por lo tanto, nuestra versión de esta pieza crea una conexión natural español-italiano-mexicana: una obra musical nacida en España, escrita por un compositor italiano e interpretada a la manera tradicional mexicana. Muestra cómo esta música, el son, es el eslabón que nos conecta tanto en el tiempo como en el espacio con personas de diferentes edades y países, tanto así que hemos incluido algunas piezas de Colombia y Perú que siguen exactamente las mismas formas que los sones mexicanos, aunque con un nombre diferente.
Traducción editada por Loida Garza